lunes, 28 de mayo de 2012

el ladron que se hizo pasar por fraile en magdalena de kino


El ladrón que se hizo pasar por Fraile

Por Francisco Bustamante Tapia
Habitantes de la misión de Santa María de Buquibaba fueron testigos del gran hurto en pejuicio del templo perpetrado por un sujeto que se hizo pasar por fraile.
Corría el año de 1790, y so pretexto de reparar las campanas a las cuales dijo se les tenía que dar una pátina para que su sonido no desmereciera y pudiera seguir reinando su musicalidad a lo largo del valle.

Para llevar a cabo su pretendida labor "el fraile" contó con la aprobación el justicia debido a la ausencia prolongada de Fray José María Pérez Llera encargado de la misión de San Ignacio teniendo como lugar de visita a Magdalena.
Las campanas donadas por el propio Padre Kino para la iglesia levantada por su gran amigo Padre Agustín de Campos fueron bajadas con todo cuidado de la torre de dos cuerpos. Era tan rica su aleación de metales que con el sólo roce de la yema de los dedos se reproducía una, aunque queda, si muy solemne y sonora melodía.
"El fraile" pidió fueran colocadas sobre el lomo de una robusta mula, ya que según su opinión de experto, estas presentaban serios desperfectos que necesario se hacía trasladarlas a un lugar remoto donde existía una fundidora muy acreditada.
Pero horas más tarde llegó Fray José María Pérez Llera a la misión y al notar que su arribo no fue motivo de júbilo como tal era la costumbre ¿y cómo si las campanas ya no estaban en su lugar?, antes de apearse de su caballo averiguó angustiado sobre este faltante en las torres. Así que ordenó pronto lo acompañaran tras del sacrílego ladrón. Tomaron hacia la otra banda y se fueron tratando de localizar a la mula que por el peso de seguro dejaría honda huella.
En una parte del camino de herradura la perdieron presumiendo que "el fraile" y su valioso cargamento se fueron faldeando por el cerrro para poder divisar si alguien los seguía desde la misión.
Infructuosos fueron todos los esfuerzos por tratar de localizarlo, por lo que a la caída de la tarde Fray José María dio la orden de regresar, dándose a la tarea de redactar varias cartas en latín enviadas a los demás misioneros de la Pimería Alta para alertarlos sobre este impostor inoportuno que tanto perjuicio causara al templo.
Cosas del destino, increibles y por lo trágico muy lamentables, al hacer falta las campanas, la casa de Dios empezó a sufrir serios deterioros, el salitre invadió sus paredes que al poco se cuartearon.
Los indios conversos con un gran sentimiento de culpa por la desparición de "las campanas de Kino" como les llamaban, ya que la torre padecía de una terrible sordera, dejaron de congregarse en el templo del padre Campos, decían que éste estaba maldito desde que cometieron la torpeza de confiar en un timador hecho pasar por religioso. El techo que pese a las corriosas vigas de mezquite con que contaba se empezó a venir abajo cuando una pared se desplomó. Y aunque Fray José María Pérez Llera se dio a la tarea de colocarle un contrafuerte, esto no fue el remedio para contener la desgracia, poco a poco fue sucumbiendo por lo que todos los santos y reliquias fueon sacadas y conducidas a San Ignacio por indicaciones de Fran José María. A la par sucumbió la capilla de San Francisco en donde el padre Campos había sepultado al Padre Kino después de que este la bendijera, ya que Fray José María puso la primera piedra de un nuevo templo, utilizando materiales más modernos para la época y de mayor durabilidad, siendo dirigida la obra por don Diego Rivera, un cacique español asentado en torno a la misión, quien codo con codo apoyó al misionero franciscano. Así nació la actual iglesia de Santa María Magdalena. Era el año de 1824 cuando la bendijeron.
Por décadas se creyó errónamente que Pérez Llera había exhumado a Kino para trasladarlo a San Ignacio, incluso el historiador Eugenio Bolton por allá en el año de 1925 en que publicó su voluminosa obra "Fronteras de la Cristiandad" daba por hecho que la tumba de Kino estaba en el templo de San Ignacio. Pero en 1966 quedó demostrado con abundantes pruebas que las paredes de la capilla de San Francisco también construida por Agustín de Campos cubieron la tumba por más de cien años, comprobándose que Kino jamás había sido exhumado como se daba por hecho.
Don Miguel Padrés, próspero hacendado de Magdalena en el siglo pasado, tenía sus tierras pegadas a las faldas del cerro, por muchos años buscó el paradero de las campanas de Kino, se creía que el falso fraile había sido asesinado por indios pápagos rebeldes en alguna parte de este cerro, pero en su intento de huida al ver a la gente de Fray José María pisándole los talones, dejaron las campanas en una cueva.
Don Jacinto Duarte en 1958, se internó con su par de burros convencido de dar con el paradero de las ricas campanas siguiendo el número de apariciones de una luz muy alta y tan roja como el sol en una puesta de octubre. En efecto en un acantilado que se divisa muy bien desde el pueblo se topó con una cueva de un metro de alto en donde estaban resguardadas las campanas, sólo que había de por medio una puerta confeccionada con gruesos barrotes de mezquite y barras de fierro muy enmohecido, así como una gruesa cadena y un candado, el cual no pudo botar por no contar con ninguna herramienta, así que decidió bajar por una barra dejando a los burros muy bien amarrados a la puerta para que a la vez sirvieran de señal al volver.
Como pudo localizó con algún trabajador de las labores una barra de las llamadas "pata de chiva" y unas tenazas. Emprendió ilusionado el ascenso sin poder reprimir sus pensamientos inunándolo de ambición.
Al llegar al acantilado vio a su dos burros amarrados de un pequeño mezquite exactamente con el mismo nudo que él solía hacer, percatándose al lanzar su vista hacia todos lados, que no existía ninguna cueva, mucho menos con rejas; se dijo para si mismo como una acto de autoconsolación que debió estar hipnotizado por la ambición al grado tal que lo hizo ver visiones, pues había confundido al árbol con una puerta y a ciertas rocas negruzcas  con una gruta, y el brillo de unas matas le parecieron las campanas. Pero si hasta les había arrojado una piedra para que sonaran. Con tal de no volverse loco desandó sus pasos repitiendo una y otra vez, "nunca debo buscar lo que no perdí".
El autor de este relato cuyo frente de su residencia (granja Santa Catalina) da exactamente al acantilado del cerro, ha visto por tres veces a la misma hora de la tarde y en diferentes fechas esa alta lumbrada que no dura más de 5 minutos, pues lentamente se va apagando; lo inaudito es haberla visto aun con lluvia. Pero queda esto como una anécdota más de una experiencia de lo sobrenatural.

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