lunes, 28 de mayo de 2012

limite delas tierras perdidas de los yaquis


LUNES, 5 DE MARZO DE 2012

!Se Perdió Venancio!



Iniciaba la segunda mitad del siglo XX, el final de la primavera se anunciaba en el regreso de los rayos del sol provenientes del sur, acercándose apresuradamente al cénit, y las familias abrían puertas y ventanas para afrontar el calor nocturno que arrebataba el sueño. Los días transcurrían entre el sudor cotidiano de los cargadores de grafito, las tardes dormilonas del inicio anticipado del verano y la rockola de Matías Arballo entonando Caminos de la Vida en la voz apasionada de Los Dos Reales.
El poblado tenía unas pocas familias permanentes y otra buena cantidad de familias errantes de los obreros de las cuadrillas del ferrocarril que transitoriamente se avecindaban en Estación Moreno; eso sí, había dos changarros expendedores de alimentos enlatados, galletas, sodas, chuchulucos, cervezas, y bacanora procedente de la sierra, vendido clandestinamente tanto por Matías como por Samuel. Una familia numerosa era la de los López: Don mariano, Doña Carmen, siete mujeres y un varón, que vivían en una casa rústica fabricada por el señor con adobes y techo de lámina. La casa disponía de un corredor, un espacio de estar campestre, con techo, pero sin paredes ni ventanas, hacia el frente, mirando al oriente, rodeado de guías de camote, muy verdes, habilitado como mesón, atendido principalmente por las hijas de la gran familia.
Como era frecuente en las familias rurales de la cintura de la entidad sonorense, cada familia tenía en su casa un par de animalitos silvestres, ya fuera de compañía o para platicarle las cosas que no se podían compartir con cualquier persona. Una de las hijas, de nombre Julia, compraba colibrís muertos para propiciar amores y, poseía un búho llamado Venancio, para los desamores. Se creía que las chupa rosas traían buena suerte a las mujeres con los hombres y, vaya que a ella le funcionaba, pues se le conocieron tres galanes de buen nivel económico. Pero Venancio no era bien visto por la mayoría de las familias del pequeño pueblo, ya que se decía era un ave de mala suerte, pues por el solo hecho de que pasara por tu casa te ocasionaba males. Todos conocían a la temida ave, si bien Venancio era manso y volaba junto a las personas entrando sin permiso a las casas; sus hábitos nocturnos lo volvían un visitante de media noche, acrecentando el temor de las mujeres hacia él y, también de uno que otro hombre.
Una noche Venancio decidió pernoctar en un hogar ajeno, y a juzgar por sus heces muchas horas pasó en su nueva guarida, pero en la madrugada la señora de la casa lo descubrió aposentado en la cabecera de su cama. ¡El susto fue mayúsculo¡ No era para menos, Venancio podía ser portador de hechizos, enfermedades o males deseados o inducidos por otras personas; inmediatamente se lo comunicó a su esposo quien lo tomó entre sus manos, como tercio de zacate, y se encaminó con su emplumada presa hacia un vagón de ferrocarril que se encontraba listo para partir muy de mañana; una vez junto al furgón, abrió la puerta y lo depositó en el interior de ese enorme cajón cargado con 45 toneladas de grafito y la cerró enseguida. A las ocho de la mañana se pusieron los sellos --flejes de metal con el número del ferrocarril-- en las puertas, y a las diez de la mañana el tecolotito ya estaba viajando hacia Michigan en el vecino país del norte.
La atribulada dueña y su familia preguntaban: ¿Han visto a Venancio? Por pura casualidad los vecinos daban cuenta de haberlo avistado, pero el día anterior. Después de varios días de búsqueda infructuosa la interrogante se convirtió en una convicción: ¡se perdió Venancio¡ De seguro la oscuridad del furgón no lo asustó, antes bien fue su compañero en el largo viaje. Quizás Venancio sea el primer caso documentado de un búho indocumentado en Estados Unidos.
Unos años antes, otro sonorense ilustre había corrido la misma suerte: había sido sacado de su cama en la madrugada, puesto a viajar en un vehículo contra su voluntad y enviado a Estados Unidos, por la misma razón que Venancio: aterrorizar a sus vecinos.





















SÁBADO, 4 DE FEBRERO DE 2012

La Paloma










Hoy en día cuando la fauna silvestre incursiona en los centros urbanos, empujada por la deforestación de su medio ambiente natural, poco reflexionamos en la presencia de diferentes especies de aves que buscan sus alimentos en los árboles y en los patios de nuestras viviendas.





Una creencia popular muy extendida le asigna una mirada muy aguda a esas aves conocidas en nuestro medio como palomas pitahayeras. Quizá por lo mismo, en otros tiempos, resultaba difícil acercarse a ellas en su propia naturaleza.





Hace algunas décadas un par de manos infantiles rescató uno de esos animalitos de las ramas de un árbol, y fue cuidado en nuestra casa con esmero, alimentándolo con fruta depitahaya y de sina; como era de esperar, la pequeña ave se desarrolló y se convirtió en fiel acompañante de la familia durante los desplazamientos dominicales a los sitios propicios para pasar una tarde en los alrededores de Estación Moreno. La Paloma, como de manera económica fue llamada, se trasladaba volando a cierta distancia del grupo familiar, parándose de rama en rama, para seguir el avance de “su familia”. Cuando ésta realizaba la parada final en el lugar donde permanecería algunas horas, La Paloma efectuaba su propia estancia en la rama de algún árbol cercano, moviéndose de vez en cuando para no perder detalle de la vida familiar.

Ya en casa la palomita escogía su propia recámara, aunque solía desplazarse con pasos elegantes, como modelo en pasarela, por toda la estancia; su canto reflejaba también sus estados de ánimo demandando, en ocasiones, la atención debida a un prominente miembro de la familia. Un día escogió como refugio la parte posterior de una puerta de salida al patio, y la inoportuna apertura de esa plancha de madera le hizo una herida profunda en su pequeño cráneo. No parecía tener remedio, pero los cuidados intensivos de Doña Conchita la volvieron a la vida. Desde entonces, su figura fue inconfundible, pues lució una cicatriz en la cabeza, como si se hubiera peinado de raya en medio para estar presentable.





El tiempo transcurrió y La Paloma comenzó a incursionar por el monte cercano, alejándose por días para, luego, desaparecer; semanas o meses después fue avistada acompañada de sus crías, pero ya no reclamó un sitio en la casa familiar, pues había construido la suya. Sin embargo, La Paloma, convertida en amorosa madre de familia llevaba sus hijos a beber en la tenue línea de agua formada por los escurrimientos del lavadero. Después de que sus hijos crecieron no se le volvió a ver, pero de tiempo en tiempo una paloma seguía los desplazamientos de la familia, como cerciorándose de que toda seguía bien en ella.


DOMINGO, 27 DE NOVIEMBRE DE 2011

Dos arados para sembrar la tierra en Estación Moreno




La producción agrícola en Estación Moreno, Sonora, se realizaba con los métodos del Siglo XIX. No se disponía de corriente eléctrica ni de pozos para regar la tierra. El manto de agua estaba a más de 150 metros de profundidad y no había recursos económicos para contratar a un perforador que hiciera un pozo para regar la tierra.

Tampoco se tenían los recursos para comprar un tractor, aunque fuera uno pequeño, y arañar lo que se pudiera en menos de cinco hectáreas de terreno disponible, a nivel de préstamo, de parte del dueño del terreno.

Hay razones para suponer que el sitio del mapa donde se encuentra Estación Moreno era considerado por la etnia Yaqui como parte de su territorio, pero de eso hablaremos en otra ocasión. Lo importante, por ahora, es que en términos de las leyes dictadas al finalizar el siglo XIX, y a inicios del siglo XX, aquellas tierras tenían un dueño que pertenecía a la estirpe de los “hombres blancos”.

La tierra se barbechaba dos veces antes de sembrar en el verano, con la esperanza de que a partir del 15 de julio llegaran las lluvias. Si esto ocurría, las plantas nacían y lograban crecer medianamente, según la cantidad de agua que llegara por el arroyo que irrigaba la milpa.

Había dos arados en Estación Moreno, uno cuyo destino desconocemos, grande, de hierro, y fabricado en los Estados Unidos. El otro, más pequeño, se conserva en manos de uno de los hijos de Don Miguel y Doña Conchita. Es el que presentamos en las fotografías y fue fabricado en Nuevo León, México.


Inicialmente ambos eran muy similares al que se presenta en el siguiente dibujo, con dos mangos para dirigirlo.



Incluso, Don Miguel le agregó una rueda muy parecida a la que aparece en el dibujo anterior, debido a que los dos arados presentaban la desventaja de que en ocasiones se hundían demasiado y dificultaban la tracción que ejercían los dos animales que lo jalaban. Cuando se retiró de Estación Moreno, Sonora, para irse a vivir a Jalisco, se llevó sus dos arados y modificó el que presentamos en las fotos de esta contribución al blog. Decidió usar el más pequeño para “darle tierra a las milpas”, como se les llama a las plantas de maíz. Detalle técnico que contaremos en otra ocasión para hacer saber en qué consiste este procedimiento y explicaremos qué tan importante es en el proceso de siembra y cosecha de los elotes.

En la siguiente foto podemos apreciar cómo es la parte delantera del arado


Se puede ver que tiene cuatro pares de agujeros, en los cuales se puede colocar un tornillo de acero como el que aún se encuentra allí.

Cuando se desea que el arado penetre más profundo en la tierra se coloca el tornillo en el par de agujeros que están en la parte superior. Esto tiene la ventaja de que la tierra es removida a mayor profundidad, pero tiene la desventaja de que el trabajo de las bestias que lo jalan es mucho mayor, lo cual las lleva al agotamiento demasiado rápido.

Si lo que se busca es penetrar a menor profundidad en el terreno, se pone el tornillo en el par de agujeros inferiores. Esto es poco usual y se escoge esta opción únicamente cuando se va a “dar tierra” a las plantas. Punto que mencionamos en un párrafo previo.

En las dos fotos siguientes se aprecia la punta del arado, también llamada “reja”:


Se trata de una pieza que se atornilla cuidadosamente para evitar que se desprenda. Se gasta en menos de 20 horas de trabajo continuo y es necesario sustituirla por una nueva.

En Estación Moreno, Sonora, se barbechaba la tierra dos veces antes de la siembra de verano. Sembrar en invierno era solamente una casualidad y se intentaba únicamente cuando había plena confianza de que vendrían una clase de lluvias que se llaman equipatas.

La primera vez se barbechaba la tierra en rayas de este a oeste, a mediados de junio, en una orientación similar a la del movimiento del agua vertida por el arroyo que irrigaba un poco menos de 5 hectáreas de terreno. Cada una de las rayas recibe el nombre de zurco.

Con esta acción se volteaba la tierra por primera vez para garantizar una primera oxigenación y nitrogenación de la misma. Si había alguna clase de bichos dañinos quedaban expuestos al sol y se morían.

El proceso se volvía a repetir después de la primera lluvia importante, lo cual sucedía normalmente cerca del 15 de julio de cada año. En esa ocasión las rayas (o surcos) del barbecho se orientaban de sur a norte, para que quedaran perpendiculares a la dirección en que fluía el agua del arroyo.

En esta segunda ocasión el zacate regional ya había nacido y al voltear la tierra de nuevo quedaba tapado, con lo cual se evitaba que creciera y estorbara la cosecha que se esperaba obtener con el proceso de siembra.

Cada surco es similar al que se presenta enseguida, tomada de un video del youtube en el que una persona barbecha nada más para que se tome la escena.


Esos videos que se pueden consultar en el youtube son únicamente para posar, como se puede concluir de que el labrador (hombre que barbecha) no lleva un orden en su trabajo. El procedimiento correcto lo explicaremos enseguida.

Primero se lanzaba un surco tan derecho como fuera posible, por ejemplo de sur a norte, y enseguida se regresaba cuidando que la nueva línea se mantuviera paralela a la primera, tratando de que no quedara un solo pedazo de tierra sin voltear. El área barbechada siempre debía quedar a la derecha del labrador. De manera similar a la que presenta la siguiente fotografía:


Enseguida se regresaba, cuidando que el surco recién trazado en el terreno quedara ubicado a la derecha, eso ensanchaba un poco el área barbechada. De todos modos, los dos surcos juntos no eran más anchos que la mitad de un metro. La siguiente fotografía es original de la tierra de siembra en Estación Moreno, Sonora. El joven de la foto tenía entonces 16 años de edad y muestra el procedimiento correcto que estamos relatando. Él avanza cuidando que el terreno recién barbechado quede a su derecha. El animal más grande camina sobre el surco porque, siendo más pesado, su trabajo se facilita.


En la parte posterior de la fotografía se puede observar que los árboles ya tenían hojas, lo cual indica que ya había caído al menos la primera lluvia, por lo tanto se trata del proceso de siembra. De hecho, justo atrás del joven se encuentra el sitio por donde llegaba el agua del arroyo del que hemos venido hablando.
Con el procedimiento que hemos mencionado se hacía crecer el área barbechada de la manera que se explica en el dibujo siguiente:


El movimiento del labrador se indica con dos flechas rojas, y como puede notarse, es similar al giro del reloj de manecillas. Otra flecha señala el sitio donde podría ir la persona que dirige los animales. A cada una de esas áreas se les llama besanas y hay que cuidar que no sea demasiado ancha pues en esos casos se pierde tiempo y esfuerzo en las puntas para avanzar hacia la otra orilla y seguir barbechando. Por ejemplo, si se permite una besana de diez metros de ancho. Cuando se está finalizando la misma se está gastando energía a razón de 20 metros por vuelta. Si la parcela tiene cien metros de largo en la parte en que se trabaja. Un poco de aritmética nos lleva a concluir que en dos vueltas y media se consume tiempo y esfuerzo equivalente a la mitad de una vuelta. Considerando lo difícil que es este trabajo, siempre caminando bajo el sol, resulta absurdo escoger el trazado de besanas demasiado anchas.

Para mantener el arado en su sitio era necesario cuidar varios detalles:

Primero: la colocación de los dos animales que lo jalaban debía ser tal que uno de ellos caminaba siempre sobre el surco, mientras el de la izquierda no se alejaba demasiado, ni se acercaba tampoco, de modo que así se podía evitar que sacara de su sitio al de la derecha. En Estación Moreno, Sonora, eso casi nunca ocurría en la etapa del primer barbecho, siempre y cuando se trabajara con animales entrenados. La razón es que con el terreno seco no había muchas plantas secas que las bestias quisieran morder para comer. En cambio, durante el segundo barbecho, para llevar a cabo el proceso de siembra, ya habían nacido muchas plantas pequeñas y verdes en diversas partes de la tierra, y entonces, el interés de las bestias por morder un quelite, o algo similar, crecía. Para ese fin, el joven de la foto llevaba siempre una soga a la mano (las riendas) para jalarla y corregir la colocación del animal que pretendiera salirse del camino que debía seguir.

Segundo: por razones naturales de la diferencia en la dureza del terreno, o de la inclinación del mismo, el arado tendía a salirse hacia la izquierda o hacia la derecha, aún cuando las bestias estuvieran jalando correctamente. En ese caso se llevaba a cabo un proceso de inclinación suave hacia la izquierda o hacia la derecha. Esto lo explicaremos enseguida:

Si el arado tenía tendencia a meterse hacia el área barbechada, el labrador debía inclinar el arado hacia su derecha para corregir el rumbo. La siguiente fotografía ilustra este procedimiento:


En cambio, si el arado tendía a salirse hacia la izquierda, para meterse en el área que todavía no estaba barbechada, el labrador debía inclinar el arado hacia su izquierda, como se muestra en la siguiente foto:


El observador poco experimentado puede tener dificultades para percibir las diferencias, pero se debe a que los movimientos debían ser muy suaves.

Si no se procedía de esta manera, se dejaban en el terreno sitios sin sembrar, que nosotros llamábamos “camellones”. Estos eran lugares donde las plantas no crecerían, de modo que ese defecto se debía corregir en la siguiente vuelta, dando lugar a la acumulación de tiempo y de energía. Siempre bajo el rayo del sol y con temperaturas que después de las once de la mañana rondaban los cuarenta grados centígrados. Nada recomendable.

El resultado de un barbecho correcto debía dar lugar a algo similar al diagrama que presento enseguida:


El área superior está dibujada con un color más claro e indica hasta dónde podía alcanzar la punta (reja) del arado. El área inferior, de color más oscuro, muestra la sección del terreno que permanecía dura. Si el barbecho no era fino, las secciones duras subían demasiado alto y eso resultaba malo para las plantas, pues se trataba de espacios en los que no podían desarrollar sus raíces, disminuyendo así las fuentes para nutrirse.

Un buen trabajo de barbecho podía dar lugar a una siembra exitosa, lo cual no garantizaba una buena cosecha, pues todavía faltaba que lloviera lo suficiente, lo cual, a veces, no fue más que una esperanza.

VIERNES, 21 DE OCTUBRE DE 2011

El origen de la explotación del grafito en Sonora



Ha empezado a circular una leyenda acerca del origen de la explotación del grafito en Sonora. Debido a que éste fue el tema con el que inicié este blog, en agosto del año 2010, procede volver a tocar el tema del grafito cuidando la precisión que requiere el respeto a las personas que se toman el tiempo para leer lo que publico.


La receta para ser precisos y respetuosos del lector es muy simple. Es la misma que se usa cuando se dedica uno al trabajo científico: para no contar mentiras, lo correcto es revisar las fuentes a las que se recurre y comparar los datos cuidadosamente.

Foto de un minero en el año 1912 en la mina Santa María. Después conocida como El Lápiz.

Existe una revista publicada por Lenny Alejandro Gutiérrez Quihuis, se llama “Revista de Historia de Pueblos Abandonados” y constituye un esfuerzo notable en el que el primer problema está en obtener la información necesaria para escribir sobre una población en la que ya no quedan habitantes. El segundo es obtener los recursos necesarios para publicar lo que se escribe, lo cual constituye una tarea muchas veces extenuante, toda vez que los patrocinadores no se vuelcan sobre los trabajos de historia para apoyarlos.

Gutiérrez Quihuis hace un gran esfuerzo y es digno de alabarse. No es agradable criticar a esta revista, menos aún cuando forma parte de esa prensa marginal, y marginada, que trata de salir adelante como puede y cuando puede. Lo sé por experiencia personal.


Sin embargo, en el tema que abordaré, Lenny ha consultado fuentes que le han mentido a él, y como consecuencia, su muy apreciable esfuerzo se ha visto perjudicado.



Hay además una tesis de licenciatura fechada en el año de 1994, presentada en la Universidad de Sonora para obtener el título de Ingeniero Industrial y de Sistemas, con Raúl Torres Curiel como sustentante.


En los primeros cinco renglones de la página 10 de su tesis, Torres Curiel afirma que el descubridor del primer yacimiento de grafito fue una persona de apellido Aguirre, quien con empresarios alemanes habría intentado explotar el mineral.


Se requiere revisar los archivos donde se contienen las denuncias de minas para saber si lo anterior es verdad, además de la presunta presencia de empresarios alemanes en una fecha (1867) en la que todavía faltaban cuatro años para que esa nación naciera como tal. Si esa denuncia de yacimiento existió, en el año de 1891 ya no era válida. Más aún, la utilidad del grafito casi no iba más allá de la fabricación de lápices, pues sus propiedades para la fabricación de electrodos, lubricantes sólidos, revestimiento interno para hornos de temperaturas muy altas, o pigmento de pinturas, no eran técnicas dominadas en la época.


En las fuentes revisadas por mí, en los Estados Unidos no se registra un solo mexicano que haya incursionado en el grafito. Los gambusinos murieron en la pobreza o en los tiros de las minas, soñando con la posibilidad de hacerse ricos alguna vez, pero también, los dueños de los terrenos aledaños se quedaron en la ensoñación de una historia familiar de abolengo. Los trabajos de rigor universitario tienen la obligación de ser más rigurosos. Estos tienen la obligación de ir a las fuentes fidedignas.

La tesis de Torres Curiel acierta cuando afirma que la explotación del grafito, para su exportación, fue posible cuando dos hermanos de apellido Wickes establecieron los contactos apropiados para ese fin. Pero falla cuando afirma que un Aguirre bautizó a la mina como El Lápiz, efectivamente se llamaba así en los años 1930, pero en esas mismas fechas se contaba en el poblado que antes se había llamado Santa María, que es como se le reconoce en un artículo publicado en el diario Pittsburgh Gazette Times en 1912. No está claro hasta cuando se conservó el nombre oficial con el que se le llamaba en las publicaciones estadounidenses, pero ya avanzado el siglo XX, en las actas de nacimiento levantadas en La Colorada se empezó a escribir el nombre: El Lápiz.

Frank Hess, geólogo minero muy reconocido en los Estados Unidos, publicó en la revista científica Science una nota sobre el grafito de Sonora, refiriéndose a la mina con el nombre de: Santa María. Procede decir que este experto visitó la región entre los años 1907 a 1908 realizando trabajos de inspección. Y si consideramos que la explotación de la mina de San José de Moradillas tomó importancia paulatina después de 1915, uno puede especular que fueron sus trabajos los que atrajeron las inversiones más grandes para la explotación de este mineral.

En agosto de 2010 escribí que el grafito usado para la primera pila atómica y para los reactores nucleares construidos para producir plutonio para las bombas se embarcó en Estación Moreno. Éste provenía de las vetas de San José de Moradillas, como puede verse en la siguiente gráfica del reporte de 1960 de los Estados Unidos. Allí se nota que la contribución de México al grafito importado por los estadounidenses era poco en el año de 1901, comparado con el de Ceilán y Madagascar en primer lugar, seguido de Canadá y de otros países. Claramente se aprecia que el grafito mexicano, específicamente de Sonora, tomó importancia cuando El Lápiz ya era una mina agotada. Mientras que la mina Lourdes, y la Cobalmar, entre otras relativamente importantes, no surgieron sino hasta mucho tiempo después.


Los hermanos Wickes como fundadores de la explotación del grafito en Sonora.

La empresa Wickes mantiene una publicación oficial en la que relatan que la familia Wickes fue fundada por los hermanos Henry y Edward Wickes, establecidos en Flint, Michigan, desde 1854. Ellos eran comerciantes de sierras que funcionaban por medio de vapor y son señalados como precursores en esta clase de maquinaria.

El portal de la empresa Wickes relata que, mientras vacacionaban en México, Henry y Edward Wickes escucharon comentarios acerca de un deposito de grafito que se encontraba cerca del sitio donde se hospedaban. Después de una exploración personal, encontraron enormes vetas de este minera en las montañas desiertas al sur de La Colorada, México. Un análisis posterior de las muestras indicó un contenido de carbono de 85%. ambos le transmitieron la información al hijo de uno de ellos, de nombre Henry, quien formó la empresa United States Graphite en el año de 1891. Enseguida adquirieron un almacén junto a las instalaciones del ferrocarril en Saginaw y tramitaron el apoyo del gobierno de México y de la empresa ferrocarrilera Southern Pacific Railroad, la cual construyó ramales laterales necesarios para cargar el metal de manera barata tanto en Sonora como en Michigan.

Las construcciones necesarias incluían vías alternas de algunos cientos de metros de longitud, como la que se ve enseguida de Estación Torres




La empresa de los hermanos Wickes empezó a trabajar la mina y a llevar el material a Michigan, donde desarrollaron la construcción de pintura, material para fabricar lápices, y muy importante, un lubricante a base de grafito que podía soportar altas temperaturas. Se expandió durante los años previos a la Primera Guerra Mundial debido a la manufactura de brochas de carbono para los generadores de corriente eléctrica, o de contactos para la operación de motores eléctricos. Los hermanos Wickes murieron súbitamente, con un mes de diferencia, en la Ciudad de Guadalajara.


El relato de William Deming Hornaday

El DOMINGO 15 de diciembre de 1912, el diario estadounidense Pittsburgh Gazette Times, publicó un artículo enviado desde la ciudad de Hermosillo, Sonora, en México, firmado por W. D. Hornaday, quien lo había enviado a la redacción con fecha de 7 de diciembre de ese año. Se intitulaba: Mexico Supplies World's Graphite filling for 80 Per Cent of the Pencils Comes from Santa Maria Mines. Dejabo del título agregaba: THEIR ROMANTIC STORY.

El autor del artículo era William Deming Hornaday , un periodista estadounidense que había sido corresponsal de guerra durante los enfrentamientos que llevaron a la caída de Porfirio Díaz y quien gozaba de mucho prestigio entre los medios de prensa de los Estados Unidos en esas fechas. Buena parte de sus escritos se conservan ahora en la biblioteca de la Universidad de Texas.

Traducido al español, el título del trabajo de Hornaday significa: “México proporciona el grafito del mundo, llenando el 80% de los lápices, proviene de las Minas de Santa María”. Apareció en la página 8 de la segunda sección del diario, a la izquierda de un enorme anuncio de una empresa que vendía muebles, se llamaba Wildberg y estaba en la avenida Penn, en esquina con Garrison Alley.

El artículo que relato se ilustraba con la fotografía de un trabajador del grafito. Es la que aparece al inicio de esta contribución a mi blog. Era un joven delgado y moreno, con un sombrero redondo, parado junto a uno de esos carritos metálicos que corrían sobre rieles pequeños y se usaban para cargarlos de grafito. Hornaday mencionaba que las Minas de Santa María se encontraban a 20 millas de La Colorada, el lugar más cercano con una vía de ferrocarril. Se trataba de las minas del sitio que después fue conocido como El Lápiz y que en algunos sitios se le menciona ahora como El Lápiz Viejo.

William Deming Hornaday relata que, por la falta de ferrocarril, el grafito de estas minas no pudo ser explotado sino hasta el año de 1891, aún cuando los yacimientos habían sido descubiertos desde 1867. las razones mencionadas allí son: 1) lo remoto del sitio, 2) la ausencia de servicio de transporte por vía férrea y 3) el hecho de que el grafito era poco interesante porque su importancia industrial era muy reducida.

El autor relata que fue después de 1895 cuando los propietarios de la mina Santa María empezaron los trabajos que él consigna en su artículo. Hornaday cuenta también que uno de los problemas principales era el aprovisionamiento de agua, la cual era proporcionada a los trabajadores de las minas por medio de diversos pozos que se encontraban aproximadamente a 800 metros (media milla) de la mina. Era bombeada a un tanque por medio de bombas que funcionaban a base de gasolina y enseguida era traslada a las viviendas y a otro tanque donde era almacenada.

No era agua corriente a través de tubería como en las ciudades actuales, y de hecho, William Deming Hornaday da a entender que ésta estaba racionada, pues dice que se acarreaba en recipientes de aproximadamente 20 litros cada uno (5 galones) y a cada familia le correspondían 10 galones diarios, es decir, un poco menos de 40 litros de este líquido.

El grafito era llevado por un camino de tierra a La Colorada, en vagones que eran jalados por grupos de 10 a 14 mulas. Para 1912 ya existía un ramal del ferrocarril que iba desde este poblado hasta Estación Torres, de modo que una vez allí su movilización hacia los Estados Unidos se facilitaba.

El trabajo para construir la línea de ferrocarril de Guaymas a Nogales inició en 1880 y quedó terminado en 1882, siendo inaugurado en octubre de ese año. Se usaban máquinas de vapor, que necesitaban frecuentemente de aprovisionamiento de agua, razón por la cual en el diseño se estableció una estación de ferrocarril con pozo y tinaco cada 25 o cada 30 kilómetros. Así, al sur de Hermosillo se encontraba Estación Willard, después Estación Torres y enseguida Estación Moreno.

En línea recta la estación de ferrocarril más cercana era Estación Moreno, pero en términos topográficos, entre la mina de Santa María y este sitio se interponía el cruce de dos cordilleras con elevaciones superiores a 400 metros sobre el nivel del mar en muchos puntos. En consecuencia, lo más razonable era escoger como punto de embarque del grafito a Estación Torres.

Una foto de esa serranía se presenta enseguida. Tiene casi 20 kilómetros de largo, está orientada de norte a sur y en algunos sitios tiene casi 10 kilómetros de ancho.



En temporada de lluvias, el camino a Estación Torres obligaba al cruce de lo que en los años 1940 hasta 2000, era llamado el arroyo de Las Uvalamas, que implicaba un obstáculo notable por la cantidad de lodo y arena que se generaba durante varias semanas.

El problema para el transporte del grafito fue resuelto en forma satisfactoria después de 1896, cuando fue autorizada la construcción de un ramal del ferrocarril para establecer una conexión desde Estación Torres hasta La Colorada, con lo cual queda bien contextualizada la descripción dada por Hornaday.

El camino desde la mina Santa María hasta La Colorada era más recto y con menos accidentes naturales. Enseguida presento una fotografía del estado actual de uno de esos caminos, que todavía se sigue usando por razones distintas a la minería.



Hornaday relata que las casas de los trabajadores se localizaban a un lado de la mina y que ganaban de 85 centavos a un dólar por día, con jornadas de 9 horas de trabajo. Describe al poblado como una comunidad muy pintoresca.

De acuerdo a este periodista, el dueño de la mina era Eugene McSweeney a través de la empresa Saginaw, que en este tiempo era una asociación que en el derecho mercantil estadounidense recibe el nombre de “syndicates”. Este dueño moriría a la edad de 46 años el primero de marzo de 1914.

La mexicanización de la industria minera

Después de 1965, aplicando las políticas impulsadas por Adolfo López Mateos, el entonces presidente Gustavo Días Ordaz dio forma a la nacionalización de la industria minera mexicana, asunto que los estadounidenses lograron resolver sin mayor problema para ellos. Para esa fecha ya habían surgido otras minas más, ahora en manos mexicanas, pero de todas las empresas que se formaron, solamente subsiste una porque las demás se fueron a la quiebra.

La capacidad minera de quienes se pretenden ahora como precursores de la industria del grafito queda demostrada en la brevedad de su incursión en ellas. Sacar grafito para venderlo casi en breña, en lugar de tratar de dominar todas las técnicas necesarias para su industrialización, que era lo que realmente dejaba ganancias, estaba fuera de sus conocimientos, de sus contactos y del espíritu emprendedor de los estadounidenses.

La leyenda de precursores del grafito.

En las últimas dos décadas ha tomado fuerza una leyenda sobre los precursores del grafito en Sonora. En ésta se promueve que los dueños de los terrenos aledaños a la mina Santa María (El Lápiz), descubrieron los yacimientos e iniciaron la explotación de este mineral.

Siempre han existido familias que sueñan con obtener un abolengo para ser reconocidas por algo en la historia, pero cuando se funda en falsedades, y pasa a las tesis universitarias y a las publicaciones que se suponen rigurosas, las cosas toman un tinte distinto.

La realidad es que los yacimientos de grafito los conocían todos los vaqueros de la zona y todos los cazadores que se internaban en esa cadena montañosa. Además, hay algo que los presuntos historiadores formados en el rigor científico ignoran, o callan, en complicidad con el estado de cosas imperante. Me refiero al despojo del territorio de la etnia Yaqui. Como abundaremos en otra ocasión, esta tribu reclamaba para si una franja de tierra que iba desde la sierra del Bacatete hasta Guaymas, y de allí, hasta un cerro conocido como El Chivato, ligeramente al noroeste de El Lápiz. Ellos se movían sobre toda la serranía porque era fundamental como coto de caza para su forma de vida y recurrían al agua, abundante en el verano, de la cuenca del arroyo de las Uvalamas, incluída una zona que ahora llaman El Cajón de la Uvalama. Por lo tanto, todos los sitios donde se ubicaban los yacimientos eran cercanos al territorio de los Yaquis, o estaban dentro de éste. Eso generaba inestabilidad y desconfianza entre la población de mestizos que pretendía situarse formando rancherías al sur de La Colorada. La realidad es que en 1867, cuando se presume el descubrimiento de los yacimientos de grafito, el sitio donde después nació la mina Santa María, después conocida como El Lápiz, estaba en los linderos del territorio de los Yaquis.

El problema fue resuelto, satisfactoriamente para los mestizos, mediante la represión de Porfirio Díaz en contra de la etnia Yaqui, después de 1885, cuando éste militar convertido en Presidente se puso como meta el exterminio de esa tribu.

Pretender que antes de esa fecha había comerciantes precursores del grafito es, para decir lo menos, un cuento chino que resulta difícil de creer entre las personas informadas sobre la historia de fines del siglo XIX en esa zona de Sonora.

Es bien sabido que el gobierno de Porfirio Díaz favoreció a los empresarios extranjeros, de modo que cuando los hermanos Wickes hicieron la denuncia de los yacimientos de grafito, ninguno de los presuntos precursores apareció para oponerse, si acaso fue verdad que alguna vez tuvieron un interés comercial por este mineral.

La verdad es que no tenían ni la información técnica, ni los contactos comerciales, ni los accesos a los créditos, ni mucho menos la formación empresarial de los Wickes. Tampoco aparecieron cuando, después de 1901, la empresa Saginaw, con Eugene McSweeney a la cabeza, tomó el control de la explotación del grafito, de su transportación, exportación a los Estados Unidos e industrialización del mismo.

La empresa Wickes sigue existiendo en la actualidad. La empresa Saginaw también, lo cual demuestra que sus fundadores legaron corporativos económicos tan fuertes que pudieron seguir funcionando aún sin su presencia. En cambio, la mina de Santa María, conocida como El Lápiz al menos a partir de los años 1930, se agotó.

Después de la Primera Guerra Mundial tomó auge la mina de San José de Moradillas, que optó por conectarse hacia Estación Moreno rodeando por el sur la serranía que hemos mencionado. Pero ésta, para los años 1970, estaba en franco declive y ahora es una colección de ruinas.

Los presuntos precursores nunca tuvieron la habilidad para superar el hecho de que el capital social de la empresa extractora de grafito contrastaba con una deuda ocho o doce veces superior. Jamás concibieron la iniciativa de asociarse con inversionistas que crearan en México la cadena de producción industrial que procesara los derivados del grafito. Formalmente eran los propietarios del 51% de las acciones de la empresa, pero con el otro 49%, más la deuda transferida por los empresarios gringos, el control estaba en manos de los estadounidenses. La fuente de los datos me la guardo.

Vuelvo a repetir, la empresa Wickes y la empresa Saginaw aún existen. Las otras no. Vistos los datos anteriores, era obvio quién mandaba en las minas de grafito.

 Los efectos de las políticas equivocadas son visibles en esta región abandonada. El camino de San José de Moradillas a Estación Moreno, que una vez fue muy bien cuidado, y con un mantenimiento de primer nivel, se encuentra ahora como se aprecia en la foto que sigue


LUNES, 25 DE JULIO DE 2011

Una llave en Estación Moreno, Sonora. Hecha por un herrero.







Había en Estación Moreno, Sonora, una llave fabricada a golpe de marro y de martillo contra un yunque.

Estaba guardada en el fondo de una gran caja, envuelta en una servilleta recortada a partir de la tela de un saco de harina. Pasó muchos años allí, sin que le diera nunca el sol, y sin mojarse, hasta que un día el propietario se la regaló a una de sus hijas.

Fue fabricada en la década de los años treinta del siglo XX en una fragua de un pueblo de Jalisco llamado Teocuitatlán.

Ese pueblo era autosuficiente en casi todas las herramientas y utensilios que ocupaba. En las fraguas se trabajaba el hierro para darle a las piezas de metal la forma y la dureza que iban a necesitar. Podía tratarse de una cuchara, de un cuchillo, un sartén, una daga, un clavo, una herradura, o también, de la superficie que rodeaba a las ruedas de las carretas, como si fueran suelas de zapato. Las mismas que todavía se ven en las películas ambientadas en los tiempos del lejano oeste norteamericano.

Para explicar qué eran las fraguas, nos vamos a valer de la siguiente figura, donde se presenta uno de los métodos usados en la antigua China. En esencia, en México era lo mismo, pero variando los tamaños y los acomodos de las componentes para adecuarse al espacio disponible.




El primer paso era encender la fragua, se trataba del fuego (o lumbre) que se usaba para incrementar la temperatura del pedazo de metal. Se necesitaba una pequeña fuente de calor, como trozos pequeños de madera, enseguida un leño y después el carbón. Éste podía ser de madera o carbón de piedra. Para que alcanzara una temperatura suficientemente alta era necesario echarle aire, lo cual se hacía por medio de un instrumento llamado: fuelle. Ésa es la función del chinito que observamos sentado a la izquierda del dibujo.

Era necesario echarle aire hasta que se alcanzara la temperatura esperada, pero no había termómetros en las fraguas mexicanas; en cambio, había mucha experiencia acumulada durante siglos, misma que permitía leer en los colores del hierro el objetivo que se estaba alcanzando.

Los herreros sabían que un pedazo de metal calentado hasta adquirir un color rojo pálido suavizaba el metal lo suficiente para darle la forma deseada, aunque entonces sería una pieza demasiado blanda, que podría servir para una cuchara de cocina, pero no para un cuchillo, ni para un gancho utilizado entre los elementos para jalar una carreta, o un arado.

Sabían también que si el pedazo de metal pasaba del rojo pálido al rojo oscuro, la pieza de metal iba a adquirir mayor dureza. Todavía más si pasaba al rojo brillante, o al color naranja y más todavía, si el metal calentado alcanzaba el amarillo claro, o lo que se llama rojo blanco, que es todavía más caliente. Aunque parezca un contrasentido, ese nombre existe.

Entonces el ayudante que trabajaba en el fuelle tenía que moverlo una y otra vez para soplar todo el tiempo necesario. Alcanzado el color deseado, la pieza se tomaba con unas pinzas especiales para cortarla con una herramienta similar a la de las tres fotos insertadas enseguida.






El herrero le daba la forma deseada a base de marrazos, o de martillazos, según fuera necesario, y para eso, con lo único que contaba era con su propia fuerza, su experiencia y su habilidad en el manejo de sus herramientas. Ser herrero no era cosa de llegar a pedir un trabajo nada más.

De acuerdo a los conocimientos modernos podemos explicar qué se lograba calentando los pedazos de metal hasta lograr los colores arriba mencionados. Se sabía fabricar acero desde hacía siglos, pero se desconocía que el proceso consistía en ir combinando el hierro con el carbón para formarr acero. Ahora también sabemos que se obtiene acero agregándole alguno de los siguientes elementos químicos: silicio, manganeso, fósforo, azufre, etcétera. Pero en México en el siglo XIX la química eran casi desconocida y así se mantuvo hasta la primera mitad del siglo XX.

A medida que el hierro era calentado, absorbía carbón del fuego de la fragua. Los aceros más duros se lograban cuando el pedazo de hierro alcanzaba más del 1% de carbón, pero para eso era necesario llegar hasta el rojo blanco, que corresponde a una temperatura de más de mil 200 grados centígrados, o 2 mil 200 grados farenheit en el sistema inglés. Sin embargo, con el acero demasiado duro se presentaba el problema de que su exagerada dureza lo hacía quebradizo e inútil en circunstancias en que la pieza debía tener capacidad para doblarse ligeramente.

Por ejemplo, las carretas llevaban unas piezas con forma de arco entre los ejes de las ruedas y el carro que llevaba la carga. Se les conocía con el nombre de muelles y eran idénticas a las que observamos todavía en la parte trasera de los carros pick-up, o troques, como se les conoce en otros sitios. Claramente la capacidad de esos arcos es la de poderse doblar y desdoblar para amortiguar la carga, por lo tanto, si el acero era demasiado duro, simplemente no servía, porque en lugar de doblarse se quebraba en el momento más inoportuno.





Un acero de buena calidad se lograba calentando el hierro hasta alcanzar un color rojo similar al de una ciruela, lo cual corresponde a cuando menos 750 grados centígrados de temperatura, o sea, casi mil 400 grados farenheit.

Sin embargo, no era suficiente con el trabajo ya descrito. Además, una vez terminada la pieza seguía el proceso de templado, lo cual se lograba enfriando rápidamente el trozo de metal. Para lograrlo se introducía en agua o en aceite. La velocidad con que esto se hacía era importante y la vigilancia del color también jugaba un papel, de modo que la experiencia personal de cada herrero resultaba fundamental. Por eso había buenos y malos herreros. Y obviamente, un buen herrero podía estar dispuesto a enseñarle a su hijo, pero no a un competidor.

El proceso de templado del metal incluía sacarlos al aire de manera intermitente para evitar que las piezas se enfriaran de manera diferente, y si esto no se hacía de manera correcta, las distintas partes de la herramienta fabricada adquirían diferente dureza.

Puede verse que el oficio del herrero era extremadamente duro y complicado, por eso, cuando aparecieron los métodos modernos de soldadura, los herreros los desconocieron como colegas, pues para ellos se trataba simplemente de soldadores.

Con todo lo explicado se puede uno imaginar que construir la llave de la foto de arriba fue algo complicado. Pero también es interesante saber por qué la fabricó un joven que probablemente no cumplía los 18 años todavía.

Resulta que en el centro del país había costumbres extremadamente celosas. Hace apenas 40 años, a los novios no se les permitía pasar a la sala de la casa a conversar con las novias. Es probable que esa costumbre exista aún, y por eso, no podían hacer otra cosa que platicar parados en la banqueta, a un lado de la casa donde vivía la joven pretendida. A los enamorados que estaban de visita se les decía, de manera chusca, centinelas.

Pero a principios del siglo XX era todavía peor, en muchas familias se les prohibía a las jóvenes hablar con los novios. Aunque esta práctica no detenía ni a los pretendientes ni a las pretendidas, pues esperando a que los padres, tíos, tías, abuelos, abuelas, se durmieran, salían a hurtadillas a la puerta del zaguán y se hincaban en el suelo para platicar en la oscuridad con el pretendiente, sin verse las caras, y con voz lo suficientemente débil como para no despertar a los mayores que ejercían la autoridad en la casa.





A veces, hablando tan bajito se deformaba demasiado la voz de la muchacha, de modo que el pretendiente no podía reconocerla. Así, en más de una ocasión, el muchacho hincado en la banqueta de la calle, creyendo que hablaba por debajo de la puerta con la joven, estaba en realidad conversando con la madre o con la tía. No hace falta describir las consecuencias de ese error.

El celo se extendía también a los hijos, especialmente si estos eran eficientes en su trabajo y rendían buenos frutos en el campo, en el taller de carpintería, en la fragua del herrero, o en los corrales tratando con el ganado capturado para algún propósito.

Permitir que se durmieran a altas horas de la noche implicaba no tenerlos temprano, y trabajando, al día siguiente. O distraídos, y somnolientos, en momentos en que su deber era estar atentos al trabajo que se hacía. Como por ejemplo, cuidar el color de las piezas del metal en la fragua.

La supuesta solución era cerrar la puerta a cierta hora para que ya no saliera nadie de la casa.

Además de las razones provenientes del celo paterno, o materno, había el temor permanente de que algo le ocurriera a los hijos en las condiciones de vida de los estados del centro de México en la década de los años 30 del siglo XX. Allí la revolución mexicana había dejado más de un millón de muertos, y mucha tristeza. Después, la guerra del clero católico mexicano en contra de las orientaciones de los gobiernos posteriores a la revolución generó más muertos, y por supuesto, muchos resabios y deseos personales de venganza. También, la repartición de la tierra, especialmente después de 1934 con el General Lázaro Cárdenas, se hizo en contra de la voluntad de los terratenientes, quienes en muchos casos pagaron guardias que vigilaron y cuidaron sus intereses hasta llegar al asesinato si se hacía necesario.

Tener miedo por los hijos era, y sigue siendo, algo natural. Pero pretender detenerlos cerrando la puerta para que ya nadie saliera era algo absurdo, más si los hijos eran buenos estudiantes del oficio de la herrería, porque simplemente hacían otra llave . ¡Y ya!


SÁBADO, 26 DE FEBRERO DE 2011

La historia de dos vasos

Una temporada las chivas tuvieron 57 cabritos, era diciembre y de pronto nacieron decenas de animales. Todos juntos en menos de diez días.



Cuando todos los hijos de Don Miguel y Doña Conchita regresaron a Estación Moreno Sonora para pasar las vacaciones de navidad, se encontraron con la nueva de que había que atender a esa cantidad de crías de dos en dos y en ocasiones batallar con una tercia porque, de manera natural, las cabras eran tan prolíficas que no tenían una parición anual como el ganado vacuno, sino dos por año. La mayoría de las veces en parejas y ocasionalmente aparecía una con cabra con tres crías.

Aquello prometía carne de cabrito dentro de pocos meses y mucha leche antes de un mes, pero mientras tanto, el tiempo invertido tenía que irse en cuidar que cada uno de los 57 recién nacidos tomara la leche de su madre a través de una ubre gigantesca que eran incapaces de levantar. Sin el apoyo de los humanos, estos morirían de hambre, pues las razas lecheras lo son porque el hombre ha intervenido en los procesos de selección para obtener animales productivos. Esta es una consecuencia que resulta favorable para los humanos pero es complicada, o imposible, para los cabritos.

Por razones como éstas, en Estación Moreno había que levantarse antes de las 6 de la mañana para terminar con la atención de las cabras unos minutos antes de las 8; siendo diciembre, eran los días más cortos del año y esa actividad terminaba cuando el Sol apenas acababa de salir. El proceso resultaba así tan ordenado que cuando esa actividad se terminaba ya esperaba el desayuno en una mesa larga, en una gran cocina que tenía una estufa de leña en una esquina, una banca larga de madera en uno de los lados de la mesa y algunas sillas en la otra, dejando una parte despejada para que por allí llegaran los platos, los vasos y las tortillas para los comensales.

Mientras tanto el alimento consistía en beber una combinación de leche, con café soluble y azúcar, más un agregado fundamental para evitar una diarrea: una pequeña cantidad de alcohol de caña. Se trataba de una bebida que se llama PAJARETE en el centro de México, y en la actualidad, lo más similar a ella es el café capuchino.

Nosotros no sabíamos qué era eso del café capuchino, aprendimos que se llamaba pajarete porque ese fue el nombre que nuestros padres utilizaban, y seguramente, ellos lo había tomado de los suyos. La preparación del pajarete viene a cuento por la historia del vaso más grande, que perteneció a Don Miguel y en 1979 viajó desde Estación Moreno, Sonora, hasta Teocuitatlán, Jalisco.

La preparación del pajarete empezaba en la cocina, con tres o cuatro cucharadas de azúcar, más media cucharada de café soluble, seguida de un chorrito pequeño de alcohol de caña, tequila o bacanora. La cantidad debía ser la estrictamente indispensable para humedecer el contenido. Así se llevaba el vaso a los corrales de las chivas, en un trayecto en el que cada quien cuidaba su vaso. Luego de limpiar la ubre de la cabra, se ordeñaba para capturar la leche sobre los vasos, en chorros tan poderosos que el azúcar se disolvía sin necesidad de disponer de una cuchara para agitar el líquido. El nivel del líquido subía por debajo de una cubierta de espuma más espesa que la de un capuchino de las cafeterías modernas. Se llenaba hasta el punto de que la espuma colmaba la orilla del vaso y amenazaba con tirarse.




La historia del vaso más pequeño es diferente y contiene algo más que un sentimiento de nostalgia, perteneció a Doña Conchita, quien siempre lo traía consigo cuando viajaba de Estación Moreno hasta Hermosillo, en un tren maloliente que ya anunciaba el abandono y el boicot en el que fue deteriorándose este medio de transporte.

Con este vaso, y una botellita de agua, viajaba también, pero en autobús, hasta Phoenix, Arizona, para visitar a su hija y a sus nietas. Llevaba sus medicinas en una bolsita, su agua y su vaso, para tomarlas en las horas indicadas por el médico. Ya era la época en que ella hervía ollas enteras de leche recién ordeñada que no podía tomar y preparaba quesos que no podía comer para cuidar el nivel de colesterol en la sangre.

Cuando todavía no se vendía el agua embotellada, y las jóvenes no tomaban agua en cantidades industriales para espantar el hambre y mantenerse esbeltas, Doña Conchita cargaba su agua para todas partes, con su pequeño vaso de aluminio, y sus medicinas, siguiendo al pie de la letra las instrucciones del médico y tratando de evitar el riesgo de beber cualquier porquería en las estaciones del ferrocarril o de las centrales camioneras.

Como tantas cosas que guardan sus historias, los vasos se conservan ahora en una casa en la ciudad de Phoenix, como el símbolo de los recuerdos que esperan para ser contados.

DOMINGO, 3 DE OCTUBRE DE 2010

La producción agrícola en Estación Moreno Sonora




A un kilómetro al norte de la concentración de casas e instalaciones del ferrocarril y de la compañía minera existió una parcela de aproximadamente cinco hectáreas de terreno que era sembrado con métodos muy antiguos.

La fotografía que tenemos inicialmente nos presenta un joven no mayor de 18 años de edad, en el momento en que se dispone a dirigir un par de bestias para que jalen el arado cuyas manceras tiene en sus manos.

El animal que aparece en primer plano era una mula que había sido adquirida en La Misa Sonora por 600 pesos de los de la década de los años 1960. El animal de mayor tamaño era un macho, o mulo como se le suele llamar en otros lugares, cuya edad no conocía nadie, pues todo mundo afirmaba que cuando ellos habían llegado allí, ese animal ya vivía.

Para la especie de las mulas, el macho era un animal extremadamente grande y solo los entendidos sabían hacer la diferencia entre éste y un caballo. Del macho se contaban muchas anécdotas relacionadas con su desconfianza hacia todo y hacia todos, así como con su conducta indómita que conservó hasta sus últimos días. Murió trabajando.

En la fotografía se puede observar que el joven lleva una soga (piola en Sonora) al cuello, que apenas logra proteger con su camisa. Le servía para dirigir a los animales, especialmente en las vueltas y conservarlos siempre en las posiciones correctas. El macho debía caminar sobre la ralla que se había abierto en la vuelta anterior, mientras la mula caminaba a su izquierda y el papel del responsable del arado era mantenerla en avance paralelo a la del macho.

De los lomos de los animales cuelgan pares de cadenas que están conectadas a piezas de acero que se llaman balancines. Había un balancín para cada animal y luego estos se conectaban a un solo balancín, más grande, que estaba conectado (con otra cadena) al arado.

En cada vuelta el arado alcanzaba a barbechar menos de 25 centímetros de ancho, mientras se avanzaba en una ralla muy larga que en las regiones más cortas de aquella parcela eran más de 70 metros. Al terreno que ya había sido barbechado, como se puede apreciar en la foto, se le llamaba: una besana, que no debía ser demasiado ancha para no perder tiempo ni esfuerzo en las puntas, ya que se iba haciendo cada vez más ancha conforme avanzaba el trabajo.

Cada besana llegaba a medir hasta 10 metros de anchura, pero ésta ya era considerada demasiado ancha. En la fotografía se puede observar que al fondo del terreno barbechado había otro sin arar, es el sitio por donde se regresaría el arado para completar la vuelta.

Las casi cinco hectáreas consumían cinco días de trabajo para ser barbechadas en junio, o más tardar, en los primeros días de julio. En un trabajo que empezaba con la salida del sol y terminaba con su ocultamiento, en una rutina que platicaremos después en este blog.









El proceso de barbecho mencionado en el párrafo anterior era apenas el primer paso en la preparación de la tierra, para que recibiera la primera ración de oxígeno y los gusanos que hubiera en ella se murieran con el sol.

Una vez que pasaba la primera llovida importante, en el momento en que empezaba a crecer la hierba, se daba un segundo barbecho en forma perpendicular al que se había realizado semanas antes. Normalmente eso ocurría en los últimos días de julio, o en los primeros días de agosto, dependiendo de la manifestación de las lluvias cada año.





Para que las bestias pudieran jalar el arado a través de sus cadenas, se les colocaba un collar a cada uno, como puede apreciarse en la fotografía. Este collar era de baqueta muy gruesa y sobre ella se colocaban las horquillas de la fotografía siguiente.

El collar de la mula es ahora un adorno en una casa de Phoenix, Arizona y se guarda como recuerdo del hombre que, ayudado por sus hijos y su esposa, se aventuraba a tratar de extraer algo de cosecha en estos sitios casi desérticos.

Cuando llovía, había agua de un pequeño arrollo que se llamaba: el arrollo de la milpa y era necesario asistir a cuidar la distribución adecuada del agua, pues era lo que en el argot de los campesinos se le dice: aguas broncas.

Cuando llovía adecuadamente salía una importante producción de sorgo para la alimentación de las cabras. Se guardaba siempre una región para sembrar maíz y calabazas.

Hacia mediados de noviembre se disponía de la cosecha, que tenía que ser cortada de una forma que será comentada después.

Había elotes para la familia y calabazas para la navidad, además del alimento de las cabras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario